Octavario a Cristo Rey







(A parte del mensaje del ángel a la Virgen -donde se dice que Jesucristo heredaría el trono de David y reinaría por siempre, Lc 1, 32-33-), es el mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey, y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Con cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión infinita de su reino? Por tanto, no es de maravillar que san Juan le llame Príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1, 5), y él mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan (Ap 19, 16)
Quas Primas, 5, 2º.
Que Cristo reine es más que necesario hoy, cuanto más avanza en esta sociedad el ateismo latente -¡y patente!- y se va instalando en las poltronas del poder, bien sea imponiéndose, bien callándose, conviertendo la sociedad en laboratorio de las ciertas antropologías que no son sino el fin de todo humanismo. Que Cristo reine es imperioso, y que reine de una forma bien visible, donde la Palabra divina sea proclamada, luz que alumbre, donde los canales de la gracia de la Iglesia lleguen hasta los rincones más pobres y míseros, (allí donde esta nueva ola de rencor y victimismo no querrá llegar, porque no tiene nada que acaparar). Hay que llevar el Evangelio a todo el mundo, y todo el mundo al Sagrario y al Confesionario, sobre todo los más pobres. Ellos harán que Cristo reine, porque no será de otra manera que con la Cruz, como siempre ha sido, como siempre será.
Quien piense preparar un trono con los poderosos del mundo, con las mafias -los lobbies-, con los poderes mediáticos... a nuestro Señor Jesucristo, está equivocado. ¿Cuándo más claramente se manifestó Cristo como Rey? No en la entrada triunfal de Jerusalén, aun cuando lo hiceran aquellos judíos de buena fe, sino en la Cruz y ante Pilatos, en el oprobio y el sacrificio. Tú y yo haremos el trono a Cristo cuando seamos despreciados, cuando quedemos ocultos, cuando estemos en cruz.
De las meditaciones del P. López,
ad usum privatum.

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