Sobre todo.

Parece que se ha convertido en una tradición volver al año por estos lares. En fin, mis propósitos y yo, como si no me conociera...

He querido huir del pensamiento rápido y la reacción inmediata de tuiter para poder volver al blog, a este vertedero de ideas, diario público y desahogadero mental (sobre todo, después del Sínodo).

Sí, otra vez: un sínodo que nos trae de cabeza.

Papeles, conclusiones huecas, pequeños pasos para avanzar en dirección contraria... ya nos lo sabemos. Pero esta vez, además, idolátricas muestras de respetos humanos. Vamos, para amargarle a uno el domingo por la noche, ¡domingo de Cristo Rey en el usus antiquor!

Huyendo del ruido me sumergí en la antología Dios en la poesía actual, que bendita sea la hora, publicó Rialp en la colección Adonáis (miel, guinda y crema). Fuí como una vulgar avestruz, y salí como un guerrero de su alcoba, porque la poesía es arma de doble filo (el terreno y el eterno) y arroja verdad y belleza sobre cuanto toca. Vamos, que fue cauterio y medicina. Poesía, no se hable más.

Jesús Montiel me sacudió con el simple deslumbramiento de Romanos 1, 20: lo invisible de Dios resplandece en el alba y en las estrellas, en laobra de sus manos. Nocturno es una tarjeta de invitación, o mejor dicho, el whatsapp que envías al llegar a casa después de una cena inolvidable con amigos:

¿Qué misteriosa ley ha permitido
a los ojos del hombre habituarse
a noches como ésta, con sus astros
vibrando sobre el mapa y las estrellas?
[...]
Entonces me estremece un sentimiento
poderoso de chocante gratitud,
como si el mundo fuera una gran fiesta
a la que todos somos invitados
y su anfitrión un Dios que nos seduce.

Tengo que agradecerle, en lo más hondo del corazón, que me hiera ver cómo a la flor sucede el fruto, y al fruto maduro, caído y sepultado, el brote germinal y la esperanza, como una caña que no está quebrada, aunque la hayan cascado, o a una barca que sepultan las olas, pero que es invencible.

Sí, para esta barca bendita hay esperanza mientras haya quien, al contemplar las inmensas corrientes fluviales o las altas copas tropicales perciba, junto al asombro, el nombre de quien convida al gozo. Así, podría cantar en la liturgia que preside el astro cada jornada un gloria como el que José Julio Cabanillas entona, y del que me bastan cuatro versos para darme el tono y el tema:

Gloria por el rocío y el diminuto cielo
que deja en cada brizna
[...]
Gloria por el día que a la noche pasa.
Y por todas las cosas que no sé.

¡Gloria por tantas cosas que ignoro! Gloria, esto es, deslumbramiento que me hace sentir tan pequeño y tan pleno, como la ola de un tsunami de luz, como un baño en un mar sin asidero. Gloria en lo más alto, en lo más grande, y gloria en lo más diminuto, mi corazón, o en los alcorques inéditos de Daniel Cotta:

Tú que detonas cada Supernova;
Tú que amontonas Agujeros Negros
en las pupilas ciegas de este Cosmos,
¿por qué esta margarita?

Así Kant se las preguntaba. Y así, o por decir bien, justo al revés, el hombre hoy no se pregunta por nada, salvo para qué sirven las margaritas. En este sinodal maremágnun donde todo vale, todo tiene carta puebla y fuero mayor, donde nada de lo de ayer hoy valdría, yo sigo echando de menos que dialoguemos, pero no entre nosotros, que somos unos charlatanes; diálogo, pero con el Logos. Diálogo en todo momento y bajo cualquier excusa, como quien va caminando con un amigo. Conversación, que Teresa decía que era oración. Rocio Arana -que es tantas cosas buenas y encima tiene tuiter- me puso palabras para una jaculatoria, que es oración que no moja, pero empapa:

Debajo del paraguas y a través
de la lluvia que lanzas con mesura
solo veo tu Luz [...]

Yo seguí abriendo al azar la antología, consolado que hubiera ojos que miraran de frente la belleza y a su Autor, y hallé un broche para un post de revancha pachamamera en los versos de, cómo no, mi venerado EG-M; estos son catequesis y salvavidas, pues no hay mal que mayor bien no vengue.

Me enamora tu obra.
Sobre todo, las cosas, las cosas más sencillas,
y no renuncio a nada ¡nada sobra!
sobre lo que adorarte de puntillas.

Quizá lo tome como lema episcopal. O como epitafio de mis pequeñas derrotas diarias: no veo mejor manera de cumplir el primer mandamiento que, sin despreciar nada, ponerlo todo al servicio del Todo. Así de simple.

Y así de necesario de recordar, si quiera en verso.


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