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Mostrando entradas de 2020

Víspera de Corpus

Víspera de Corpus y huelo los tomillos, los cantuesos, hinojos y romeros serrín y sal teñidos devotos que perfuman mi memoria. Víspera de Corpus y veo mi calle de niño donde tremolan gallardetes de colores eucarísticos: rojo sangre, blanco pan, oro viejo la fe de siempre. Víspera de Corpus y pienso qué dificil es hoy entender la sustancia de una fiesta donde se hace Palabra el Pan de veras y se come, y se mastica, y sacia; qué dificil es hoy anunciar la Presencia del relato en la historia, pero sin teatro porque es ahora, ocurre aquí, como entonces, sobre ara; qué dificil es hoy cantar a boca llena (tamtum, pange) cuando nada nos entra en la boca del alma, hastiados, acedos, apóstatas. qué bello es el Corpus, y qué dificil. Vísperas de Corpus y al menos aun queda una salva que truene, un exorno, un arco y un altar por erigir en gloria del Sacramento: servir a Cristo en el sacramental del pobre, Corpus de caridad, vivo y verdadero.

Andar de nuevo el camino hace nuevo el camino al andar.

Hacer nuevo el camino es tarea de todo hombre que viene a este mundo, pues, aunque el hombre no deja de ser el mismo hombre desde Adán, a cada época le corresponde cubrir su carrera de ocasos y amaneceres. Hacer nuevo el camino que se renueva a cada paso, al mirar cada otero, desde la colina todo un valle, al elegir en cada encrucijada con el gozo ansioso, como niño en noche de reyes, de si será ésta la ruta con la que acierte. Hacer de nuevo el camino: oír pronunciado aquí y ahora el nombre de las cosas, con tus propias palabras, de las cosas de siempre, de las cosas cotidianas, pero al fin, nombrarlas para hacerlas nuestras. A cada hombre se nos arroja a una aventura: llegar a casa, lograr la meta, hallar sentido. Y nadie lo puede hacer por ti. Cada hombre es lanzado al cosmos para ser un átomo, liviana partícula atravesada de luz, brizna o suspiro que contempla todo con ojos asombrados y todo lo abraza, como suyo, como propio, hasta sentir henchido su c

En (pobre) tierra de todos

He terminado el libro de Olaizola "En tierra de todos" , con la satisfacción de haberlo terminado. Hacía tiempo que no me leía en tan poco tiempo un libro entero porque, acostumbrado a leer ensayos sesudos y a ser poco disciplinado, sobre todo, entre tomar notas y subrayar frases memorables se me iban acumulando otras lecturas, y sustituir un libro con otro, con la falsa esperanza de volver a él con más calma. No, Eduardo, no. Ahora es tiempo de lectura, ahora es día de salvación. La verdad es que el libro del jesuita es de ágil lectura, aunque hay que tener estómago (en la página 93 hay una comparación zafia entre McCarrick y Pell, y la cristología de las 105 y 106 es para echarse a llorar). Que en la Iglesia hay un cisma sólo lo pueden negar los cismáticos, a los que interesa que -cisma, cismando- todo se desmorone, y no se encuentre a nadie piqueta en mano. Buen escritor, buen sociólgo, mal teólogo, toda la perspectiva del libro gira en torno al "yo" del auto