La cuestión de la fe


Ayer celebrábamos la fiesta de la Divina Misericordia en el Domingo in Albis, el domingo pleno de gozo y alegría que culmina una octava incansable de cantar que Cristo ha resucitado (¡aleluya, aleluya!). Y como un canto de fe y verdad dábamos fe de que las llagas están vivas, acogiendo el testimonio de los apóstoles, el de Tomás que tocó y el de los demás, que creyeron viendo (y tocando).

Un testimonio de misericordia, esto es, de la bondad de Dios que deja que dudemos, y que saciemos nuestra curiosidad, y que le metamos el dedo en el costado con tal que dejemos de ser incrédulos, de quedarnos en nuestra llaga podrida -la duda nunca cura del todo- y sintamos la luminosidad y el amor que mana a borbotones de un Corazón que se ha hecho todo para nosotros. Verdadera misericordia, la gloriosa carne del resucitado transida de nuestros dedos torpes.

Un testimonio de fe. Tomás creyó, sin duda, que aquel era Jesús. Y creyendo no dejó lugar a dudas posteriores: ¡Señor mío y Dios mío!, dos mil años después seguimos recibiendo el mismo testimonio, enviados por Jesús llagado: id al mundo entero e invitad a tocar mis llagas.

Lo que está debajo es el tema de la fe. Y me gusta pensar que, años después, nosotros seguimos en la misma situación -sobre todo los curas, que nos arrolla la semana santa y vemos el cielo abierto el domingo de Resurrección para volvernos a nuestra pesca cotidiana- necesitamos cerciorarnos que Jesús está vivo, que no ha sido un sueño (o una pesadilla), que todo ha sido increiblemente cierto, maravillosamente verdadero.

Y dos mil años después, las llagas de Cristo siguen abiertas para nosotros, para que nos metamos y nos acogamos en la fe iluminada, la fe cierta del amor indubitable. ¿Cuáles?

La llaga del Amor fraterno: el testimonio más sincero de la verdad, la entrega incondicional, el amor al prójimo más próximo: la ofensa perdonada, el matrimonio abrazado, la comunidad reconciliada... y el suspiro permanente por socorrer al prójimo más desvalido. Amaos como yo os he amado...
 
La llaga del Amor Sacramentado: Cristo eucaristía, ofrecido eternamente como sustento y compañero, como oasis de regocijo y misión, Pan-Palabra, luz del cielo, espejo de todos los cuerpos rotos de la humanidad. Tomad y comed, esto es mi Cuerpo entregado... ejemplo os he dado...

La llaga del Amor derramado: Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados... la puerta abierta para siempre de su costado, tu cruz alzada para ser bandera discutida y medicina saludable.

Pues, ¡adentro!, Duc in altum! para llegar a comprender cuál es la largura, la anchura, la altura y la profundidad de este amor que nos desborda y nos hace desear que lo que estamos aquí vislumbrando, nos deslumbre por fin en la gloria del cielo.

Amén.

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