Rey




Como cada mes de noviembre, en el coche meto el disco del Requiem de Mozart, y me absimo en el torrente de sensaciones, tanto, que a vece me paso el destino, o confundo la ruta, y termino en otro pueblo que no es el mio. Pero la culpa la tiene Mozart, ni yo ni mi olvidadiza testa nos hacemos responsables.

Este año estoy especialmente sensible con esta estrofa del Dies Irae, el octavo terceto, que dice así:

Rex treméndae majestatis, 
qui salvándos sálvas gratis, 
sálva me fons pietatis.

Que traducido en castellano corrientito viene a decir:

Rey de tremenda majestad
que a los que se han de salvar, salvas gratis,
sálvame, fuente de piedad.
(traducción del internete)

Justo después de recrear el momento del juicio universal con toda su ceremonia (trompeta, muertos, libro y Juez) y de verse sin asidero ninguno, el alma, que desde el primer compás de la secuencia se sabe ante el único momento de verdadera trascendencia para el hombre, se vuelve hacia Jesucristo, y hace profesión de fe en el Redentor. Confiado por el amor que Cristo nos ha demostrado, eleva una súplica contrita y dolorida, no sólo por el abismo de condenación que se abre como posbilidad, y muy cierta, sino como anhelo de una esperanza tan real como la misma bondad de Dios. Y termina con una consideración fúnebre, añadido posterior para aplicar la secuencia al oficio de difuntos, que es la oración de toda la Iglesia por cada uno de los finados.

Esta estrofa que me anda dando vueltas por el alma, es la expresión más cierta de que Cristo, que vino una vez a sufrir, volverá otra para reinar. Y no hay forma más elocuente de decirlo que con un grito victorioso (Rex!) en el que toda la creación -vivos y muertos- pregona su reconocimiento y adoración. Tremendae majestatis... aunque nuestra débil concepción de Dios hodierna nos impulse a rechazar todo lo que sea corteza del blanco pan con que nos alimentamos, no hay otra forma de ver la venida del Cristo Rey, que como majestad, como grandeza imponente y que nos asusta, sí, y no es un insulto a Dios. Pero esa inmensidad no es tiránica: es un Juez justo, que nos quiere salvar, y lo hará por su poder inmenso, por pura gracia.

Creo que merecería mucho más que unas pobres palabras de un blog la expresión qui salvandos salvas gratis, porque es una teología de la gracia frente al mérito bastante interesante (con el trasfondo de la predestinación universal a la salvación y la condenación real de los que sólo Dios sabe)

Este huracán de la gloria de Dios, de su gracia que nos salva y que nos abruma se disuelve en una oración, la más sencilla y confiada. Dios, en su Hijo que vendrá como Juez, se deja ahora interpelar y, una vez más, será su Corazón quien nos abra las puertas del cielo, del que mana toda la dulzura y la misericordia. Salva me, fons pietatis, fuente de la piedad, tenla conmigo... Para entonces será tarde el arrepentimiento (ni pecar ni merecer, una vez puesto el pijama de madera), por eso aprovecho ahora, cada vez que la escucho, para hacerla oración de mis inutilidades, y asombrarme que un Dios tan inmenso siga, día tras día, bajando a mis manos y a mis pueblos. Y gratis.

¿Es o no es para entregarle el corazón?


Comentarios

javier ha dicho que…
¡Hermosa meditación! Y buena idea esa de escuchar el Requiem en Noviembre. Mañana mismo pondré oídos a la obra.
P. Albrit ha dicho que…
Como cada vez esto más torpe, esta entrada debería haber aparecido para la fiesta de Cristo Rey... pero uno no sabe ya ni con qué mano escribe. Aun así, gracias y que le aproveche!

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