¡Faltan 9 días!





Hoy comienza la novena de la Purísima.


A mí me gusta así, "purísima", que tiene el sabor de altar de mayo, el que le montábamos a la Virgen (y a mi tía, revolvíendole todos los armarios buscando las colchas de antiguo) una prima mía y un servidor. El año que con una galería y cortinas rojas hicimos un dosel fue el mejor (y el último).

Inmaculada Concepción es el nombre de calendario, de Misa de 12, de homilía de don Fernando glosando las glorias de la Virgen con una profundidad doctrinal y una sequedad tal que apachurraba hasta las velas del altar. Purísima tiene el sabor de la piedad popular, de mirar a María con ojos de niño, de niño un poco pedante que sabe que el superlativo va con mucho cariño y mucho empeño en subrayar la grandeza de la Virgen.

El caso es que no sé porqué, desde que tengo conciencia, me emociono estos días. Es una emoción tonta, como de niño que sabe que llega su cumpleaños, o mejor, el de sus padres; y hay una alegría sencilla, como una luz tibia, casi sonrosada, como la de los atardeceres de diciembre. Por ir a la Vigilia -que siempre tocaba en otro pueblo- me pegaba el madrugón en puente para apuntarme nada más terminar la misa de 8'30.

Si me pongo a hablaros de la Virgen, ¿qué os voy a decir? Don José María García Lahiguera decía que "pensar en la Virgen es vivir en el cielo, como un oler a azucenas siempre..." e intentando hacer este post se me está llenando los ojos de una sonrisa que viene de lo alto.

- Tu sabrás cómo es ella, ¿verdad?-
- Los ángeles de la guarda no podemos verla cuánto quisiéramos... os dejaríamos tirados por quedarnos en su regazo.

Pues eso, que hoy comenzamos la novena. Yo estreno gracia -recién confesadito- y espero poder hacer algo, aunque sea poco, cada día. Así, cuando llegue el día 8, aunque no haya flores, habrá (espero, por su gracia) frutos. Y si no, pues le ofreceré lo que tengo, todo, todo y todo. Aunque sea basura. Ella, la Purísima, sabrá emplearlo como buena jardinera que la hizo el Padre.

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