Qué vergüenza

Decir que somos pecadores no es ninguna novedad. Es más, incluso a veces puede ser un escudo de más pecado: soberbia, vanidad, autocomplacencia... Quien se hace consciente de su pecado (en la medida en que la misericordia de Dios se lo permite para no sucumbir de espanto) responde con penitencia y humildad. A Nuestro Señor, que nos ha dado el inmenso don del sacerdocio, tenemos que pedirle todos los días, que nos convierta de una vez.

Por eso es una verguenza leer esto:
«Agradeceremos de corazón a Dios por estos 15 años de vida y de misión compartidos. Recemos muy especialmente por nuestro hermano y padre Fernando María que, durante todo este tiempo, ha demostrado la calidad de su vida y corazón, para que Dios lo bendiga y fortalezca en esta nueva etapa que le toca vivir»
Yo no soy obispo ni lo quiero ser... pero esto no se le ocurre ni al que asó la manteca.
Si uno cualquiera que no se haya enterado del asunto Bargalló lee esto, piensa que el cesado obispo ha sido trasladado a una diócesis de la amazonía profunda, o que tiene una enfermedad incurable, o que se va a Roma de chupatintas de algún Card. Emmo. Hay que rezar por él, porque lo va a tener dificil...

Pero es que el mons. del caso no lo va a tener dificil: ya se lo ha puesto él solito: su calidad de vida -indiscutiblemente la pública será irreprochable- y de corazón -de internis neque ecclesiae- ha quedado al manifiesto con las imágenes que se han difundido del purpurado y su prima. Lo menos que se puede hacer es pedir perdón e instar a que los fieles pidan al Señor de los cielos y mares que le de a Fernando María el don de la conversión. Que recen para que se haga un santo sacerdote y santo obispo, por las lagrimas, como Pedro, papa.

Y habrá que rezar por el Arzobispo que ha dicho tal lindeza: que Dios le bendiga y fortalezca, porque con esas declaraciones, que la Iglesia siga viva bajo su cayado es prueba inexcusable del ex opere operato.

Moraleja del día: llorar nuestros pecados, porque a lo mejor no son tan públicos como los de Bargalló, pero seguro que están dificultando que el apostolado de fruto. 

Madre y Reina de los sacerdotes,
¡cuánto te hacemos de sufrir!

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