Una Misa cantada y la Nueva Evangelización





Hace poco estuve en una solemne eucaristía según la forma extraordinaria del Rito Romano. ¿Qué se puede decir que no esté dicho? Para mí fue una hora de cielo, como hacía mucho que no vivía en una celebración litúrgica. Bueno, ayuda el que estuviera como un fiel más, pendiente sólo del Señor y de su gloria, es decir, su culto.


Fue en la Iglesia del Salvador, capilla toledana que fue parroquia y que acoge el apostolado de la Fraternidad de Cristo Sacerdote y Santa María Reina. (Tiene más nombre que miembros, pero a Dios le gustan las cosas así, los comienzos pequeños, casi ridículos) Una iglesia que respira historia por todos sus muros, y una comunidad fervorosa, delicada y austera. Era mi primera misa cantada, y hay que reconocer que gana mucho. Y sobre todo porque las lecturas fueron en castellano (bendita ocurrencia del movimiento litúrgico!) y la homilía muy clara y preparada. ¡Y hasta hubo avisos parroquiales! ¿Qué es una misa sin avisos?

¿Qué aporta a la Nueva Evangelización la Misa tradicional? Pues una renovado celo por la gloria de Dios, una via pulchritudinis, via de la belleza para acercarse al misterio: es un método numinoso, de experiencia sensible de lo inefable... y hace falta callarnos más y dejar que Dios moldee los corazones, cale hondo como lluvia fina.

¿Y ya está? No. Hace falta iluminar esa experiencia de Dios, ilustrarla con el conocimiento de los hechos puestos por su orden, para conocer la solidez de las enseñanzas que se han de transmitir (Lc 1, 3-4).

¿Y ya está? Pues claro que no: hace falta ponerse manos a la obra, vivir, de veras, lo que se cree. Poner en práctica y aunar corazón, razón y acción. ¿Cómo amar a Dios que no vemos sin amar al hermano que estamos viendo?

La tarea es enorme, pero apasionante: hacerles descubrir, a los hombres de nuestro tiempo, la verdad y la hermosura de Dios, con los ojos cansados de tanto mirar sin ver.

La Virgen está de nuestra parte. ¿Nos enseñas, Madre del amor hermoso?

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