Suficiencia y heroísmo





A la Virgen no le gusta que me sienta satisfecho.

Es signo de que ya está todo hecho: satis facere, y por eso es un pecado capital: pereza, soberbia y alguno más que seguro que sale por medio, como las hierbecillas intrépidas que brotan en cualquier brecha del muro, y terminana haciendo un agujero. Quedarse satisfecho es rodar cuesta abajo.

En cuestiones de fe, nadie se puede dar por satisfecho. ¡De obras menos, claro! Pero de doctrina, de enseñar la doctrina de la Iglesia, de comprenderla... siempre podremos hacerlo mejor, más auténticamente, con más pasión, en una comunión más plena con Jesucristo y su mensaje, con la Iglesia y su depósito de la fe, que son -las cuatro- una misma cosa.

Que un cura diga un disparate no es una novedad. Ni es tan grave. En serio. Lo grave es que se le haga caso, (por parte de los  bondadosos fieles, pobres ellos) y se le deje seguir diciendo tonterías (por parte de los pobres obispos, también bondadosos).

Todos hemos metido la pata. Recuerdo aquél funeral en que, para mover a la vida cristiana de los que habían ido a dar simplemente la cabezada, dije muy solemne:
Dios no regala nada a nadie.
San José extendió discretamente la vara, y desde el retablo, me dio en la espalda para advertirme en seguida:
¿Qué tienes, que no se te haya dado?
Por eso, a María, en este mes de mayo, lo que mejor le podemos ofrecer es un ramito de sinceridad, de verdad y de deseo de comunión. Aunque me pique el alma y el ego, porque tengo que pasar por encima de ellos. A pesar de que no que quede a gusto ni satisfecho.

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