La esperanza y la ilusión


Ya recuperado del trepidante ritmo de estos días, me asomo a esta ventana cargado de ilusión, mejor dicho, de esperanza.

Y digo esperanza, no ilusión, porque la virtud teologal da para mucho más que la mera emoción psicológica. La visita del Papa y el trabajo realizado por tantos y tantos católicos va a dar fruto indudablemente, pero no a nuestra medida, sino a la medida de Dios. Y digo esperanza, porque no confío en los hombres, sino en Dios, que ha movido esto, como un viento impetuoso que llena toda la casa.

Una de las intenciones de mi oración para esta JMJ era que no se quedara en una romería. Bien es verdad que yo no he podido asistir cuanto he querido, no he sido observador directo en todo, pero el ambiente que se respiraba en el vía-crucis o en la adoración eucarística del sábado en la vigilia me hacen pensar que los peregrinos, en su gran mayoría, tenían bien claro a lo que iban. ¿La prueba? El silencio. Hasta los "preas" más petardos contenían la respiración, aunque no fuera más que por contagio. Y eso es mucho, lo sabéis quienes trabajáis con adolescentes. Y si son capaces de hacer silencio, Dios se filtra y se mete en el alma, y con poquito más que le dejen, se enseñorea y adueña de ella para siempre.

También es verdad que no se les puede pedir a dos millones de jóvenes que se comporten en un día de insoportable calor como si fueran abuelos, pero precisamente por eso, porque supieron (en su gran mayoría, digo) distinguir, me siento orgulloso de esta juventud. Cuando toca hacer el chorra, a tope. Pero cuando se está ante el Señor Sacramentado, a tope también.
Y eso me da para pensar que está naciendo una nueva generación de papaboys, de benedictistas, a base de buen hacer y tener claro el norte. Un  norte de excepcional hermosura, custodiado en brújula de gótica aguja.

Los frutos no nos toca a nosotros cuantificarlos, aun cuando nos alegra verlos y nos gozamos con ellos. Pero los frutos vendrán según la agronomía divina: unos sesenta, otros treinta... ¡otros ciento! y otros habrán dejado perder una semilla de vida eterna. A nosotros nos toca dar gracias, muchas gracias, y trabajar. La hoja de ruta está ahora más clara que nunca: intimidad con Cristo, en la oración. Y dejarse trabajar por Dios, con los sacramentos. Y no avergonzarse de Cristo, lanzándonos al apostolado y la caridad. Quien les diga otra cosa a los muchachos, los engaña y conduce a un abismo de ilusiones.

La esperanza no defrauda, porque fiel es quien nos promete. Se ha trabajado mucho, y se ha trabajado bien. Dejo para otros las puntillas, que las habrá. Yo me instalo en el agradecimiento, y confío en que los fallos, que los habrá, no nos arrollen. Espero no ser un iluso.

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Madre de la Alegría,
Señora y reina nuestra...
¡bendice a tus hijos! Llevanos a Jesús,
Niña de Corazón Inmaculado,
Mujer nueva, llénanos de esperanza,
haznos crecer arraigados en Cristo, la roca verdadera;
¡haznos santos, Santa Madre de Dios!

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