Cristo Rey

En el calendario Vetus Ordo la fiesta de Cristo Rey se celebra este domingo. Desde que me enteré -cuando empecé a curiosear la liturgia antigua- me encanta celebrarla también, aunque sea en privado.

El caso es que es más apetecible en este mes, aunque sólo por que todavía no hace tanto frío, y porque el ambiente misionero (¡y rosariero!) le da un tinte bien hermoso. La misión de la Iglesia, fuera de llevar a Cristo hasta el último rincón, me parece perder el tiempo. Que Cristo reine, y de verdad, es para lo que nos envía la Iglesia, a todos los bautizados: al Asía meridional en camisola o a la oficina en corbata, entre pucheros mi abuela o dando catequesis doña Encarnita. Todos misioneros, y todos para que Cristo sea Rey.


¿Os imagináis un mundo donde las grandes decisiones se realizaran ante el Sagrario? A nadie llaméis consejero...

Quizá un cierto complejo nos impide reconcer que hace falta, es necesario que Cristo reine.
La secularidad tiene esas cosas, manda a Cristo Rey a la sacristía, a los salones de antaño... plaquitas en las puertas, y ya tá. Y nosotros, los que queremos que Cristo reine, no sólo no quitamos la plaquita, sino que la vamos metiendo doblá: ¿por qué no dejas que lleve tus cosas quien sabe llevarlas? ¿Qué haría Jesucristo? Haz así, y no errarás...

Pero hay una cosa más, y esa, hasta los que queremos que Cristo reine, nos da verguenza decirla: que reine también socialmente, que las instituciones y poderes públicos reconozcan la soberanía del Señor, ante cuyo nombre se dobla toda rodilla. Sí, aunque suene a disparate trasnochado: ¿os imagináis un estado donde las leyes y acciones sociales bebieran del Evangelio, de la doctrina de la Iglesia? No, no es que haya que poner un Corazón de Jesús de tres metros en la Carrera de san Jerónimo, no, que quizá fuera hasta blasfemia... sino que hubiera católicos en la política, católicos de verdad, no sólo políticos que dicen ser católicos...

Cada fiesta de Cristo Rey, y yo celebro dos, pido lo mismo: adelanta la hora, adveniat regnum tuum! Y haznos valientes, para llevarte, Rey nuestro, hasta el último confin de la sociedad, del orbe, de la humanidad...

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