Al César lo del César...

y a Dios lo que es de Dios.

Bien, pero: ¿qué le corresponde a Dios? Por que él no tiene moneda acuñada con su imágen.

Los taimados fariseos consiguen embaucar a unos discípulos -esos que siempre esperaban que Cristo diera la orden de ataque contra el romano invasor- y le lanzan una piedra bien envuelta de filigrana embelesadora. Siempre me enamora del Señor esa displicencia ante los halagos.

¡Hipócritas! Me llamáis maestro pero, ¿queréis aprender?

Claro, es que Él no viene a ser Señor de ningún estado, sino de todos, de todo el orbe. No vengáis con dicusiones de vecindario, yo no vengo a robar el cetro del poder temporal, porque soy principe desde el dia de mi nacimiento, entre esplendores sagrados, antes de la aurora.
Dad al César lo del César... ¡pero a Dios, lo propio de Dios! Nosotros, que somos imagen de Dios, somos deuda de amor. Y amor con amor se paga.

Y he aquí que el Hijo del Hombre es Señor también del Sábado, del César, del universo mundo.

La pregunta revolucionaria no es qué le debemos al César (lo propio del poder temporal) o a Dios (que es todo, absolutamente todo), sino qué le debe el César a Dios...
La respuesta de Cristo hubiera sido antológica. Pena que los discípulos fueran a traicionar al Maestro y no a aprender sabiduría escondida.

Regina Mundi, ora pro nobis

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