La Virgen del Tarajal

Veo por La Cigüeña que en un programa de televisión han llevado una imagen de la Virgen, con la subsiguiente bufonada, pues no otra cosa puede ser la presencia de una imagen de María en un espacio donde se promocionan valores que la Virgen Santísima nunca representaría.

...para traerte suerte...

Me ha parecido escuchar eso, cuando al son de una banda, ha hecho su aparición esa imagen de hermosa advocación: de las Mercedes. ¿Acaso esperaba el concursante -presidente de la asociación civil propietaria de la talla- que le llovieran "mercedes"?

Perdón por el chiste fácil... pero es muy triste. Y muy expresivo.
Quien se atreve a llevar una imagen de culto a un plató de televisión, a un concurso, está incurriendo en un pecado de idolatría y superstición. Es como los estudiantes que nos llevábamos la estampita de san Antonio al examen... pero a lo bestia.

Una imagen de María está para que se le rece, no a la imagen, sino a quien es representada por la escultura. Si no, es como un maniquí o un guiñol. Es irreal, no tiene más fuerza que un dibujito animado. Una imagen de culto está para que se le honre, no se la use; que venerar significa, creo, en su pasado etimológico, temer. Y quien de verdad es devoto, ante una imagen no puede más que sentir cierto temor, respeto trascendental, una cosilla por la espalda cuando ha tenido la ocasión de estar muy cerca, muy cerca...
De la veneración sigue la obsequiosa entrega del corazón. Repito, no a la imagen, sino a lo que la imagen representa. Y por el representado, a la representación. Como cuando los viernes vamos a besar el pie de Jesús, como cuando tras la procesión de la Virgen no te vuelves a casa si acercar la mano al manto, o como mis abuelas, cuando al hacer la visita, llenan de caricias toda la corte celestial de la capilla, ¡incluso el sagrario! Pero con santo temor, con adoración, ad-ore, llevándoselo a los labios.

Esta anécdota -sí, es una profanación, pero excusemos la ignorancia de los "devotos civiles"- revela el grado de corrupción de la fe católica en la Tierra de María. Las imágenes, a base de sentimentalismo, han dejado de ser representación para ser idolillos, totems o como queráis llamarlos. Soy sacerdote, y sé lo que me digo. Las fiestas patronales son una ocasión tremenda para re-evangelizar, pero a la vez se profundiza la paganización del pueblo. Raros son los pueblos que conservan al menos la santa coacción en sus fieles:

La abuela: Niño, ¿has ido a confesarte?
El nieto: No, ¿y eso?
La abuela: ¡Que pasado mañana es el Santo Cristo!
El nieto: Abuela, eso era antes...
La abuela: Y ahora también, miá' el nifo...y si no, te quedas sin leuros pa' la feria.

Bromas a parte, la adulación que debemos a las imágenes, si no va centrada en la fe, la esperanza y la caridad, puede desviarse, y ser piedra de tropiezo para una verdadera fe. Anclados en una prehistoria mental, el hombre religioso de hoy queda temeroso de los truenos, las crisis... pero no de la condenación eterna. La imaginería religiosa es un elemento más del ajuar costumbrista, no una tabla de salvación, un mástil en el desierto: míralo, y quedarás sano. Los marqueses de chaqué prestado, los trapistas y toda esa rehala está al límite. Una camarera de la Virgen o un vestidor tiene que rezar mucho, y ante el sagrario, si no quiere engrosar las filas del neopaganismo "iconoplasta".
La madrugá del 19 de agosto de Madrid rozó esa linea roja. Cuando el ambiente tornó de peregrino a turista, cayó el fervor y subió el espectáculo. Se salvo la Virgen de Regla, y el avemaría cantado a pleno pulmón por media calle Alcalá. Esa es devoción y de la buena, y no llevarte a la Virgen de picospardos como una chacha de conveniencia.

¡Gloria a Dios y alabanza a su Madre!

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