¿Por qué ofrecerles misas a los muertos?


Ampliemos el foco. La pregunta sería: ¿por qué ofrecer la misa por una intención?
Seguro que lo primero que se le viene a la cabeza a un católico bien formado -en la nueva ola- es que la Eucaristía se ofrece ya por todos, y que por tanto es un infantilismo, o un egoismo espiritual, querer que la misa se aplique por una única intención. Encomendar los difuntos, o las ánimas benditas cuando ya se pide por todos ellos, incluso por aquellos cuya fe solo tú conociste es una redundancia, un viejo negocio de la fe.

El sacerdote no es una vedette; está para servir, no para dar gusto.

Vayamos por partes:
La misa no es una happy party, un evento de comunicación entre crisitianos con una misma fe, una asamblea participativa. La Eucaristía es el sacramento que hace presente la Persona de Jesucristo y su Sacrificio Redentor. En la celebración de la Santa Misa se realiza el memorial de su muerte y resurrección, donde se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida futura.

En este sacrificio -el de la Misa- hay alguien que ofrece (sacerdote), algo ofrecido (víctima) y el que recibe la ofrenda (ser superior). En cierto modo el valor inmenso de la Misa está en ser Cristo el sacerdote que se ofrece al Padre; esta ofrenda la hace como ser humano, por nosotros, la humanidad, y son los hombres los que, en la Iglesia, esposa de Cristo, se suman a esta ofrenda que nos une con Dios de una manera excelente.

Sacerdote es ofrecido también con el pan y el vino, y los fieles
Aquí tenemos un problema, ¿verdad, improbable lector progre? Resulta que todo el peso de la acción litúrgica reside en Cristo, y somos nosotros los invitados a la mesa. Preparas una mesa ante mí, en frente de mis enemigos... La Misa no es tanto acción de los hombres, como la obra que Dios hace con nosotros. Vamos a misa a dejarnos arrastrar por Cristo, que nos da su gracia, nos mete en la gloria y nos pone en comunión -sacramental, o al menos espiritual- con Dios. No somos espectadores, sino asociados a como la esposa a la del esposo (una sola carne, recuerden) a la obra y a los frutos.

¿Cómo? ¿Asociados a la obra del Redentor? Esto que parece un disparate es un tesoro cuando nos damos cuenta de ello. Porque Jesucristo ha puesto en las manos de su esposa, la Iglesia, todas las riquezas, todos los meritos de su Pasión. Y nosotros, unidos a Cristo, miembros de la Iglesia, nos ofrecemos con Él (por Él y en Él) no sólo de una manera espiritual -cada uno su buen obrar- sino perfectamente al ser ofrecidos y ofrecer la Victima pura que es el Hijo de Dios.

Esto cambia el panorama, porque la ofrenda de la Misa (no se me despisten, ¡es un sacrificio, es un regalo al Padre!) no es sólo del cura. A menos que el único que se sienta miembro de Cristo sea el cura, todos los cristianos nos ofrecemos al Padre en la Misa. Antiguamente, erano los fieles los que preparaban el pan y el vino de la Misa. La ofrenda del pan y el vino en el ofertorio es signo de la ofrenda de las propias vidas, del corazón y de los sentidos a Dios nuestro Padre.
Tres sacerdotes realizando su ministerio

¿Cómo participar de la Misa? Ofreciéndonos, y no solo para leer o pasar el cestillo. Ofreciendo la vida, y ofreciendo el corazón. Ofrecer la eucaristía por una intención es una forma sencilla y eficaz de unirnos a la ofrenda de Cristo, no por un interés, sino por una intención. Cristo se ofreció por todos los hombres. No estará mal ofrecernos nosotros por un familiar enfermo, un difunto reciente o el bien material o espiritual de una causa (la nación, por ejemplo).

¿Egoismo? No, más bien es entrar en la sintonía de Cristo, de pensar en el bien de los demás.
¿Redundancia? No, más bien encarnación de ese amor al prójimo que algunas veces dejamos en África o más lejos todavía.
Poner intencíon en Misa puede ser una buena manera de poner atención.

Del estipendio y sus fantasmas ya hablaré otro día. Si habéis leído hasta aquí, os encomendaré en Misa agradecido por sufrirme con paciencia




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