Letrán o el alma dedicada a Dios

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Amén.

Al celebrar la dedicación de la basílica de Letrán lo que estamos conmemorando no es la construcción de piedras, muy hermosa, monumento de arte y de la historia. La dedicación del templo, y todos han sido dedicados, es ofrecerlo a Dios para que se digne habitarlo; consagrarlo es separarlo de las cosas del mundo, del resto de los edificios, para que sea testimonio de la presencia de Dios en el mundo. La fiesta de hoy es más especial, porque miramos a Roma, a la Iglesia del Papa como obispo de aquella que es cabeza y madre de todas las diócesis.

Por ello os ofrezco dos consideraciones. La primera es según la palabra de Nuestro Señor Jesucristo: "No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre". La reacción violenta del Señor se debe a la profanación que realizaban los judíos al dedicar el templo a oficios que no tienen como fin el culto a Dios, sino el mero enriquecimiento de los hombres. Cierto es que eran cosas piadosas las que vendían, pero más indigno es comerciar con cosas santas en lugares santos. Este dedicarse a lo que no conviene en la Casa de Dios se produce hoy día en el templo material de nuestras iglesias cuando son escenarios de eventos sociales, o cuando por la belleza con la que se ha trabajado la fábrica de los templos atrae actividades impropias. ¡Qué horror ver una iglesia convertida en restaurante o galería de arte! Pero más aún: esa profanación ocurre cuando en el pueblo fiel que somos los bautizados, los que formamos el Cuerpo de Cristo, ocurre os digo cuando la Iglesia Católica se dedica a conchabarse con el mundo, buscando el aplauso y la afluencia de aduladores por la belleza de su ser Iglesia, santa e inmaculada por obra de la gracia, volviendose a ellos para regodearse en sentirse querida y admirada por los mismos que odian y desprecian al Señor. Y así, en esta profanación, queremos someter la doctrina de Jesucristo, el Evangelio, a subasta. ¡compre, compre, que está rebajado!.

La segunda es que esta degeneración, que ha acontecido siempre y que tenemos que velar porque no se extienda, nace no de las decisiones malvadas de los malvados pastores, sino de la misma corrupción que en el corazón del hombre se infiltra por el pecado, y contra la que hay que luchar buscando siempre la gloria de Dios, no nuestra gloria, reavivando las promesas bautismales y el afán por dejarnos seducir por el Espíritu Santo, no los impulsos del enemigo de las almas.

Sólo en la Iglesia arriba ese torrente de gracia que mana del Costado de Cristo, y que purifica a la misma Iglesia que tantas veces, como esposa infiel, se va buscando su propia satisfacción. Sólo en el alma rendida a Dios, dedicada a Dios desde el bautismo llega el torrente de la gracia,  y sana la corrupción del pecado por la misericordia que Dios nos tiene y la penitencia que nos ofrece. La casa de Dios, que somos nosotros por el bautismo, lavados y ungidos como cosa de su propiedad, hay que reformarla, y sólo los santos, esto es, los que se toman en serio su bautismo, son capaces de sanear y hermosear el Templo formado por piedras vivas que somos todos nosotros, la comunidad cristiana.

El mejor decorador es el Espíritu Santo, verdadero artista de las almas. Miremos la hermosura con la que Dios nos soño en María Inmaculada y pidámosle que el celo de la Casa del Señor devore nuestras vidas.

Alabado sea Jesucristo.
Sea por siempre bendito y alabado.

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