Un Corazón que arde y abrasa

"He venido a traer fuego a la tierra, 
¡y cuánto quisiera que ya estuviera ardiendo!

Este día santísimo está consagrado a honrar al Corazón adorable de nuestro Redentor. La Iglesia quiere que nos quedemos con la mirada fija en lo más importante, en lo más esencial del misterio de Cristo. Quien mira a su Corazón, se encuentra abismado por el misterio de Jesús, sin estorbos, sin adiciones que nos hagan parcializar la mirada. Un Corazón divino con latidos humanos, con deseos y aspiraciones de consagración, de salvación.

Nosotros no podemos por menos que dejarnos envolver por las llamas de este Corazón, que nos van encendiendo más y más en un fuego santo como el de la Vigilia Pascual: del fuego nuevo y bendito se encenderá la luz que alumbre a la Iglesia y a la humanidad en su camino de esperanza. Del Corazón de Cristo hemos de tomar el calor y el ardor de la nueva evangelización, para llevar a todos la certeza del amor de Dios. No podemos entretenernos en superficialidades: ¡Cristo es el Señor! Y esto lo contemplamos en la revelación de su Corazón: Jesús nos ha amado hasta el extremo, hasta dar la vida por nosotros. Haciéndose el último, el Padre lo ha elevado, y lo ha puesto como Señor de todo. ¡Bendito cetro, bendito trono y bendita corona! ¡Benditas llaga, cruz y espinas!

Hoy comienza la civilización del amor, esa que se hará de aunar amor a Dios y al prójimo: “sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se establezca la civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo". Hoy Cristo cuenta contigo para amar al ritmo de su Corazón. Hoy se nos regala la más alta contemplación: El Verbo nos ha amado con amor humano, hasta el extremo. El Amor ha encendido la hoguera.

Oh María, adelanta la hora del Reino como en Caná.

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