Andar de nuevo el camino hace nuevo el camino al andar.

Hacer nuevo el camino
es tarea de todo hombre que viene a este mundo,
pues, aunque el hombre no deja de ser el mismo hombre desde Adán,
a cada época le corresponde
cubrir su carrera de ocasos y amaneceres.

Hacer nuevo el camino
que se renueva a cada paso,
al mirar cada otero, desde la colina todo un valle,
al elegir en cada encrucijada
con el gozo ansioso, como niño en noche de reyes,
de si será ésta la ruta con la que acierte.

Hacer de nuevo el camino:
oír pronunciado aquí y ahora el nombre de las cosas,
con tus propias palabras,
de las cosas de siempre, de las cosas cotidianas,
pero al fin,
nombrarlas para hacerlas nuestras.
A cada hombre se nos arroja a una aventura:
llegar a casa,
lograr la meta,
hallar sentido.

Y nadie lo puede hacer por ti.

Cada hombre es lanzado al cosmos para ser un átomo,
liviana partícula atravesada de luz, brizna o suspiro
que contempla todo con ojos asombrados
y todo lo abraza, como suyo, como propio,
hasta sentir henchido su corazón de la belleza increada
que deslumbra bajo el color y la forma, el peso y la medida
de todas las cosas bellas que hay en el mundo.

En ese camino bajo la luz de la verdad
la ruta es la misma:
de la nada al ser,
de la tierra al cielo,
del hoy a la eternidad.

Hacer nuevo el camino es conducirse por pisadas antiguas,
huellas de antaño que la hierba pisaron
por los pies que antes hollaron nuestra propia tierra,
por quienes trazaron la ruta,
llegaron a la cima
y encontraron la meta.

Pero
no todos se dejarán llevar de la dulce y suave brisa
de las jaras y tomillos que bordean la senda
y orean, meciendo su aroma, y custodian nuestra ruta.
No.
Buscando fatigas, remueven los hitos y lindes,
levantan las cercas, trillan majanos.
Para ellos
hacer el camino es meter el arado
borrando la senda,
empezar de cero,
trazar cada uno su mapa.

Y está bien, es bueno,
que así el hombre se pierda y tropiece,
le llegue la noche y haya rondado en vueltas.
Como un laberinto, como una espiral,
por poner el centro en sí mismos.

Y está bien, es bueno,
que quien les siga se canse, desorientado y abatido,
que quien les siga se desespere y tema las fieras,
que quien les siga descubra al fondo
del valle de lágrimas de nuestro mundo,
que aún queda
erguida, firme, inhiesta,
la única señal que tenemos por brújula fiable,
la única señal que nos marca la senda,
la única señal que permanece, mientras el mundo da vueltas.

Y está bien, es bueno que,
agotados, perplejos, hasta la naúsea desorientados,
miren que
la CRUZ se alce majestuosa
como en el desierto el estandarte de la serpiente.

La cruz está
mientras el mundo se retuerce.

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