Al cielo, Señora, al cielo...











 ¡Arriba los corazones! No sé si con la ascensión de Cristo se nos arrebata el alma de igual manera... pero con llevarse al Cielo a la Virgen el Señor acertó de pleno, pues ¿qué hijo querrá perderse estar en la gloria con ella?

 

Mientras caminamos en este mundo de tristezas somos abatidos por el pecado, por la desesperanza... y por el cáncer de nuestro tiempo: la acedia, el aburrimiento de los bueno, la indiferencia ante el tesoro que ya tenemos en esperanza. Pero si te enamoras de María, de su luz, de su gloria -luz de Cristo, ¡gloria de Cristo!- entonces no puede fallar: allá se nos va el corazón, ansiando la victoria de nuestra Reina, la victoria del Gran Rey, que es promesa de nuestro triunfo...



Al cielo vais, Señora, y allá os reciben con alegre canto... y con gitarras, y órganos, y castañuelas... ¡Madre, qué tocaríamos en tu honor!

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