Virgen de los Pobres

Muchas veces me da miedo escribir por si digo disparates, así que para contar lo que voy a contar, dejadme primero que rece una avemaría:




Hace poco hice una sustitución en un pueblo cercano: pequeño y encerrado en su serranía manchega, un pueblito bueno que los de Aquarius dudarían de introducir en su campaña estival, no porque sea mala gente, sino porque, o has nacido allí, o es difícil que sientas el más mínimo afecto por aquel terruño.
¿Estoy siendo duro? Pues me estoy conteniendo bastante. Lo que yo sentí fue sencillamente de echar a correr y dejarlo sin fiestas patronales.
Son, como tantos otros, pueblos pobres de dinero (no hay más economía que los planes de trabajo del ayuntamiento, las pagas de los jubilados y el poco campo) pobres de cultura, no hay más ocio que el bebercio, ni más horizonte para la juventud que darle gusto al cuerpo. De botellón en botellón se pasan las semanas. Y pobres de compasión, tan cerradicos en sus entendederas que ya puedes predicar en verso, que cada uno se queda con lo que tenía, y quizás menos. 

Todo esto iba yo pensando en la procesión, detrás de la Virgen que era empujada, como con desagana, con un cortejo de paseantes que iban a los suyo. Pobres, porque ni música, ni un mal canto acompañó a la Virgen. Sólo mi rosario y letanía de encontrar faltas. Otros corazones no sé lo que pensarían, pero los que vieron pasar la Virgen desde el bar, sin levantarse, ni girarse me hicieron creerme todo lo que iba discurriendo. En eso iba pensando, y en cómo tenemos que ser pastores de esas ovejas... y cómo el Señor es bueno, y se queda en un iglesiuca destartalada, triste y sin delicadeza para aquel que vive allí. En esas estaba, lamentándome si mandaban allí con título de párroco...

Hasta que se dió la vuelta, y me miró.

Justo al entrar a la Iglesia, después de mi retahíla de niño pijo indignado, los ojos de la Virgen me dieron una clase de teología pastoral. No es una imagen bella, ni mucho menos... pero tenían tanto amor en ese momento, miraban desde el cielo por aquellos ojillos de cristal. La Virgen miraba, de verdad, a cada uno de nosotros. Y entendí que el Señor derriba del trono a los poderosos, y se fija en los humildes. No sólo en los pobres bonitos, limpios y que confiesan todos los meses, sino en esos pobres de allí. Ella los miraba como hijos, como hijos amadísimo... y yo sólo los había analizado como un estadista quisquilloso, no como un padre.

Y le pedí perdón, y un corazón más grande para querer como Ella me quiere y los quiere. ¿Quién soy yo para juzgar a los hijos de mi Madre? Me despedí cariñosamente de las sacristanas, pensado que son un tesoro -no le falta jamás luz al Señor-, besé el manto de la Virgen y a los monaguillos le di una propina si le tiraban un beso a la Virgen... y besaron!. A otros niños les expliqué la historia de su Virgen Guapa y me alegré de que si me mandasen a ese pueblo, habría unos ojos para entenderme y consolarme cuando quiera hacerlo todo yo... y claro, me estrellase.

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