Ya huele a resurrección...



De muy chico, la Semana Santa de verdad era hasta el Sábado Santo, cuando por la tarde, la Soledad recorría de luto las calles de mi pueblo bañada por un sol tibio que caía de frente al palio de la Virgen.

El domingo era el día triste. Todo se acababa, vuelta al colegio, al la vida normal. Y cuando inventaron esa semana de vacaciones extra, no hizo sino aumentar la congoja al ver la desolación cotidiana de unas calles que ya no eran de Cristo paciente y Rendentor.

Sin embargo, la edad del seminario me fue haciendo descubrir el domingo de Pascua con toda su hermosura. Lo que no imaginaría nunca era desear con tanto ardor que llegue esa víspera de domingo, la más hermosa, la auténtica, la que se abre en la oscuridad con la luz del cirio y el canto del exultet.

La Semana Santa tiene una riqueza difícil de compendiar, y crea un universo tan personal de imágenes y recuerdos, que no hay una, sino cientos, como almas que la hacen suya, que meten en su corazón los pasos de la Pasión del Salvador del Mundo.

Despreciar la religiosidad popular, que se detiene tanto en los días de la Pasión, y querer preñarla de tiempo pascual por fecundación in vitro, paréceme absurdo. Es verdad que la balanza está descompensada, pero porque la vida está descompensada. Es más fácil que comprendamos el dolor de un condenado a muerte -nosotros, condenados a muerte- y compadecernos del dolor de una madre -nosotros, todos hijos...- que imaginar, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó ni el hombre puede siquiera soñar... Pero sin la esperanza cierta de una vida más alta y verdadera, ningún pueblo expondría con tanto arte, hermosura y gala el dolor y la tragedia. Sólo quien cree en el más allá puede comprender y abrazar aquí la cruz, y cantarle, y estallar de alegría y emoción ante una buena levantá a martillo de un paso de palio que cubre la aflicción que la Virgen. Sólo quien cree en la alegría eterna del cielo le dice a un Cristo muerto un ¡viva!

La Semana Santa debe ser profundizada cada vez más, y para eso la Iglesia nos regala la cuaresma (y en la forma extraordinaria, hasta una septuagésima), para que nos dispongamos por dentro a acompañar a la Cruz al que nos libró del pecado y de la muerte. Y esa será la pauta para toda la Pascua: agradecer, vivir en ofrenda al Padre, continuar padeciendo nosotros con la vista puesta en el cielo. Desear el cielo...

Ya huele a Gloria...

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La banda es la Agrupación Musical Santo Tomás de Villanueva, de Ciudad Real.

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