¡Niña mía, Señora mía!

La fiesta de la Virgen de Guadalupe (Méjico) es de las que más entrañablemente me conmueven el corazón. No sé que tiene, ese aire de misterio y de maternal solicitud, ese darse a los humildes que tiene la Virgen...

Una de mis jaculatorias más repetidas es la frase de la Virgen: ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?
Es que a la Virgen le puede el oficio. Madre por los cuatro costados. Es igual que en Fátima, cuando la pobre Lucía, asustada ante el futuro sin sus amigos y confidentes, sus primos Jacinta y Francisco, dice:
-¿Me quedo aquí solita?- pregunte con dolor.
-"No hija. ¿Y tu sufres mucho por eso? !No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios."
¡Cuántas veces tenemos que decirnos lo mismo! No desanimarnos, no darle lugar al demonio a que tome posiciones en el alma: ¡Dios nunca nos deja! La Madrecita del Cielo no puede sino acercarnos más a Dios, incluso por caminos que a veces nos parecen tan complicados, tan imposibles... El Corazón de María es camino y refugio. Sólo ella nos puede devolver la ilusión perdida: en la nueva evangelización, ante la tarea inmensa que Dios y la Iglesia nos encomiendan, tendremos que volver a ella, Madre compasiva de los variados linajes de hombres.

Las apariciones, en su sabor original, aquí, en el Nican Mopohua (en castellano, claro)

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