Trasfigúrame, Señor, transfigúrame...

Eso que tan bonito rezamos el día 6 de agosto parece que no pega hoy, donde contemplar a Cristo radiante de gloria sólo es un anticipo, un caramelito para ir abriendo boca de lo que será la Pascua, y aguantar, fielmente, la deshonra de la cruz. Pero yo lo rezo, hoy y más días, pidiendo al Señor que este pobre sacerdote no se haga notar, sino que Le haga notar, le señale y le irradie por doquier (pedid comigo, Dios os pagará)

Pedir que el Señor nos transfigure suena muy bonito, pero es un pelín arriesgado, sobre todo leyendo la primera lectura: un monte, un hijo, un sacrificio a la vista... ¿y cómo vendrá nuestra transfiguración? Pues como vino a Isaac, por la obediencia. Sí, esa virtud que no es sino hacer lo que te digan, lo que diga Dios, lo que diga la Iglesia, lo que diga tu obispo, lo que diga la rúbrica...

A Isaac lo salvó in extremis la misericordia de Dios, que al fin y la cabo, es Padre. ¿Cómo dejar morir a un hijo inocente? El carnero sería la figura del verdadero sacrificio, de un Hijo inocentísimo no reservado, de un Hijo entregado hasta las últimas consecuencias -¡las piedras rotas de dolor-! por ganar millones de hijos.

Yo me pregunto si María supo de la Transfiguración del Salvador. Si aquella carne que se llenó de luz en el Tabor no tuvo eco en la carne y la sangre fontal, en aquella carne inmaculada y llena de gracia, llena de Dios. Y me respondo, porque quiero ver mi carne también así, que por supuesto que sí. María también se vio transfigurada, hecha vidriera de lo infinito, llama incombustible, zarza de gloria... por la obediencia: "He aquí la esclava del Señor". Ella, criatura pequeña, Niña que nadie hubiera soñado, en manos del Rey eterno sólo pudo ser trasparencia, fiel destello, luz inmensa porque se dejó en las manos del Padre. Y el Padre se asomó al mundo por ella.

En esta cuaresma, obedecer puede ser una buena penitencia, una buena mortificiación del orgullo, de la razón y de los derechos. Hasta en aquello que nos hace sufrir, y en aquello que hasta sabemos que no se lleva razón quien manda lo que manda. Pero Cristo salvó obediencio, y María colaboró a la Redención, obedeciendo.

Transfigúranos, Señor, y danos tu gracia oportuna, para esta cuaresma, obecer tu voz amorosa que nos pide que volvamos a tí. Si Tú estás con nostros... ¿qué se pondrá en contra nuestra?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Víspera de Corpus

Un Corazón que arde y abraza (V)

¿Por qué ofrecerles misas a los muertos?